Radiografía del clima dominicano: ¿cuánto ha cambiado en los últimos 20 años

República Dominicana está cambiando… y no solo en lo social, económico o cultural. Su clima, ese que antes marcaba con certeza las estaciones, que traía lluvias predecibles y calores soportables, hoy se comporta como una ruleta impredecible.

El cambio climático no es una amenaza lejana ni abstracta: está aquí, está ahora y está transformando la forma en que vivimos, cultivamos, respiramos y soñamos futuro.

En este reportaje especial hacemos una radiografía del clima dominicano, comparando datos de las últimas dos décadas y recogiendo testimonios de quienes viven en carne propia los impactos de este fenómeno global con consecuencias locales.

🌡️ Según datos del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRHI) y la Oficina Nacional de Meteorología (ONAMET), la temperatura media en República Dominicana ha aumentado entre 0.8 y 1.2 grados Celsius en los últimos 20 años.

Esto puede parecer poco, pero en términos climáticos, representa un cambio drástico en la estabilidad térmica del país.

“Antes sentíamos calor, ahora sentimos desesperación”, comenta don Leonardo, agricultor de San Juan de la Maguana.

Las olas de calor extremo son más frecuentes, con temperaturas que superan los 36 grados en zonas urbanas como Santiago o Santo Domingo, mientras que las noches se han vuelto menos frescas, afectando el sueño, la salud y el rendimiento.

 

El patrón de lluvias también ha cambiado. Si antes llovía con regularidad en ciertas épocas del año, ahora se registran períodos prolongados de sequía interrumpidos por lluvias torrenciales y descontroladas.

En lugares como Montecristi y Azua, los agricultores reportan pérdidas por la falta de agua o por las lluvias súbitas que inundan los cultivos.

“El suelo ya no aguanta lo mismo. Llueve un día y se inunda; pasan dos semanas sin llover y se raja como si fuera cartón”, dice Clara Peña, productora de cebolla en el sur del país.

 

República Dominicana ha experimentado tormentas más destructivas en las últimas dos décadas. Eventos como Jeanne (2004), Noel (2007), Irma (2017), Fiona (2022) y otros, han dejado una huella de destrucción más profunda cada vez.

 

Esto impacta no solo a las zonas costeras, sino también a la economía nacional: turismo, infraestructura, vivienda y agricultura sufren el golpe.

 

Las playas dominicanas, uno de nuestros mayores tesoros turísticos, están en retroceso.

Estudios del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) revelan que algunas zonas han perdido entre 5 y 15 metros de costa en los últimos años debido a la erosión marina, el aumento del nivel del mar y la pérdida de manglares.

“Boca Chica no es la misma. Ya hay restaurantes que tuvieron que reubicarse porque el mar se tragó parte del terreno”, dice un operador turístico local.

Las especies endémicas, como algunas aves, reptiles y anfibios, están cambiando de hábitat o enfrentando riesgos de extinción.

Los corales, que protegen nuestras costas, están muriendo por el aumento de la temperatura del agua y la acidificación.

Los bosques secos y húmedos también están en riesgo. Las temporadas secas más largas han incrementado la amenaza de incendios forestales.

El calor extremo está asociado a aumento de enfermedades respiratorias, golpes de calor y estrés térmico.

En comunidades rurales, las pérdidas agrícolas han provocado migración interna hacia las ciudades, donde muchas familias terminan en condiciones de vulnerabilidad.

“Yo dejé el campo porque no podía sembrar ni criar. Aquí trabajo en lo que aparezca, pero por lo menos no me muero de sed”, relata una mujer desplazada desde Elías Piña a Santo Domingo Este.

🔄 ¿Estamos reaccionando a tiempo?

Si bien el país ha adoptado algunas políticas climáticas (como el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático), aún existen grandes desafíos en educación ambiental, financiamiento verde, y acción comunitaria.

Se necesita una transformación multisectorial: desde las escuelas hasta los municipios, desde el campo hasta el Congreso.

🧭 El cambio climático no es un mito, ni es futuro. Ya está modificando nuestra forma de vivir, cultivar, bañarnos en el mar y respirar aire limpio.

Pero también es una oportunidad para replantearnos el país que queremos dejar a las futuras generaciones.

Porque si algo está claro es esto: la isla que nos vio nacer está gritando… ¿la vamos a escuchar?

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