Editora de Opinión – Revista Los Regionarios
Las cifras son elocuentes, y en ocasiones, hasta apabullantes. El reciente informe del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), junto a Oxford Economics y la Asociación de Hoteles y Turismo de la República Dominicana (ASONAHORES), nos presenta un panorama que muchos celebrarían sin reservas: en 2025, el turismo generará más de US$21 mil millones para la economía dominicana, equivalente al 15.8 % del PIB nacional. Además, casi 893 mil dominicanos tendrán un empleo gracias al dinamismo del sector.
Y sí, todo esto es motivo de orgullo. Hemos sabido consolidarnos como el destino líder del Caribe. Hemos apostado por la promoción estratégica, la mejora en la infraestructura y la diversificación de nuestra oferta. Pero cuando miramos más allá de los titulares optimistas, surgen preguntas que no pueden ser ignoradas: ¿estamos preparados para sostener este crecimiento sin comprometer nuestros recursos naturales? ¿Estamos garantizando que ese auge beneficie a todos por igual?
La expansión del turismo ha traído consigo oportunidades, pero también retos: sobrecarga en los servicios públicos de zonas turísticas, presión sobre los ecosistemas costeros, y la amenaza latente de convertir nuestros destinos en burbujas de privilegio, desconectadas de la realidad de muchos dominicanos.
Un dato clave que debería llevarnos a reflexionar: mientras el turismo internacional se estima en US$11.4 mil millones, el turismo interno apenas alcanza los US$4.1 mil millones. ¿Qué nos dice esto? Que si bien somos un imán para visitantes extranjeros, todavía falta mucho para lograr que los dominicanos disfruten, valoren y accedan plenamente a su propio país.
La inclusión del turismo en las políticas sociales y comunitarias es vital. Necesitamos más planes de desarrollo local que integren a productores, artesanos, jóvenes y mujeres de las zonas turísticas; más educación sobre sostenibilidad en escuelas y universidades; más regulación ambiental que evite la explotación indiscriminada de nuestras costas y montañas.
Porque el turismo no es solo una entrada de divisas. Es un espejo que refleja lo que somos y cómo nos proyectamos al mundo. Si lo gestionamos bien, puede ser una vía de transformación social, orgullo nacional y equilibrio territorial. Pero si lo dejamos crecer sin control, puede convertirse en una carga ambiental, una fuente de desigualdad y una oportunidad perdida.
Estamos en un punto de inflexión. El 2025 puede marcar un antes y un después para el turismo dominicano. Todo dependerá de si tenemos la voluntad de mirar más allá de las cifras, y empezar a pensar el turismo no solo como industria, sino como proyecto de país.